Hay palabras que me gustan de manera especial. No sé por qué. Suenan bien, supongo.
No es que provoquen imágenes, no es que me hagan soñar o me recuerden acontecimientos memorables de mi infancia. Suenan bien, de alguna manera.
Como suena bien un coche que se desliza despacio sobre la grava, o el mecanismo de una máquina fotográfica, o la lluvia al otro lado de la ventana.
O algunas risas cercanas.