Con independencia de a qué hora se acueste uno, es importante apagar la luz y evitar los ruidos, en la medida de lo posible. (El tráfico, el frigorífico, las cañerías, el tic-tac de los relojes... todo eso puede llegar a formar parte de la delicada estructura del silencio, en depende qué casos.)
El primer paso: quedarse boca arriba, mirando al techo. Con ojos abiertos o cerrados, no importa demasiado. Es el momento de repasar los acontecimientos del día que acaba. Hacerse preguntas, recordar situaciones, conversaciones, frustraciones. (No todo es trascendente; de hecho, es también el momento de relativizar las cosas: quizá tenga, ahora, tanta importancia una discusión con alguien querido como la conversación que has espiado en el metro, de vuelta a casa. Todo acaba mezclado en una coctelera blanda que lima asperezas y redondea esquinas. Todo tiene la misma importancia... la misma falta de importancia.)
La boca se seca, la lengua parece un poco hinchada. Es el momento de darse la vuelta del lado izquierdo y cerrar los ojos. Los miembros se relajan, pese a que uno no sabe bien qué hacer con el puto brazo izquierdo, cómo colocarlo, dónde ponerlo. La memoria juega a barajar imágenes. Hay un primer abismo de sopor y se pierde pie: acto reflejo, músculos bruscamente desconectados y vueltos a conectar, una patada a la nada.
Nos damos la vuelta del otro lado, sobre el lado derecho. No importa ya la molestia del brazo, pero es importante no abrir los ojos, no dejar que el fantasma de la luz se nos cuele bajo los párpados. Un suspiro, todo huele diferente. Se esponja la boca.
Lo más importante: una vez en la tercera etapa, evitar en lo posible ser apartados de la progresión del sueño; volver a conciliarlo es largo, difícil, desesperante.
5 comentarios:
Yo más que a repasar los acontecimientos del día transcurrido dedico esos últimos instantes de la jornada a planificar la siguiente y marcarme algo así como una especie de minimetas para la misma, que si he logrado alcanzar 24 horas después me proporcionarán una satisfacción tal que me hara más fácil lo de coger el sueño esa noche, tras marcarme, claro está, las correspondientes a otro nuevo día más.
Y hágase mirar lo de las patadas esas a la nada, oiga, que yo esos espamos, por mi madre, nunca los he tenido.
Aunque lo mismo es lo más normal del mundo y soy yo quien se lo debería hacer mirar...
Un saludo.
Alfred, no me digas que nunca has "soñado" que perdías el equilibrio y esto te ha llevado a un sobresalto, a un espasmo con patada. Háztelo mirar :-)
Un saludo
Si yo pienso en mi día, estoy frita completamente.
Un abrazo.
:) esto me ha recordado esas preciosas instrucciones de "Cómo llorar" o "Instrucciones para subir una escalera"... las conoce?
Conozco, sí... ¡Muchas gracias por el el piropo!
Publicar un comentario