Sale uno a la calle y echa de menos una chaqueta o algo... Se acerca el otoño, parece. (Y eso que el cielo está azul, limpio; y el sol y etcétera, no les aburro...)
Con El País, primera entrega de la colección de novela histórica: El clan del Oso Cavernario, de Jean M. Auel. Novela que no acabo yo de considerar estrictamente histórica, no sé si no me equivoco... pero que es, eso sí, abrumadoramente comercial. (Hablo de ventas, no de calidad, que ni la he leído ni me interesó nunca.) Jacinto Antón la defendía con gallardía ayer en el periódico. Es un tipo con criterio... lo cual me llena de dudas, claro.
La edición, por cierto, ha dado un salto cualitativo con respecto a las anteriores colecciones: mejor papel, solapillas. (En el diseño sigue el estudio de Estrada.)
El miércoles hay una de Gore Vidal: Juliano el Apóstata. Picaré, supongo. De las demás, pocas me llaman la atención. No es un género que me atraiga...
Yo, por mi parte, continúo con la señorita Yoshimoto. Me quedan un puñadito de páginas, apenas. El libro recoge dos historias diferentes, breves, unidas por la atmósfera de tristeza. En la primera se habla de una amante ya muerta y hay, además, una aparición; un fantasma, sí. En la segunda hay una muchacha en coma irreversible, no puedo adelantarles más.
(Y, por tremebundo que suene cuando yo se lo cuento aquí, luego, cuando se lee, resulta de una ligereza refrescante... Difícil de explicar.)