sábado, 3 de septiembre de 2005

y, el tercer día...

...tebeos.

En efecto.


Dos novedades de De Ponent en las tiendas. Contundentes. Dos títulos que añadir a la ya notable lista de libros importantes del año. Dos álbumes que ningún lector de este modesto espacio debería dejar pasar.


Por un lado, tenemos otro trabajo de Luis Durán, grafómano oficial del reino y fabulador extraordinario que, en este Nuestro verdadero nombre, nos ofrece un cuento moral plagado, como es costumbre, de símbolos, de magia y de atmósfera. Pensé que su Caballero de espadas era lo mejor que le había leído, pero ahora ya no lo tengo tan claro...

Pero es que, al mismo tiempo, De Ponent ofrece el segundo libro de Pablo Auladell, La Torre Blanca, una delicada historia en la que memoria, melancolía y sueños pendientes se hilvanan en un guión que parece construído con retazos (pero qué bien construído, qué meditado), un relato que habla de ilusiones perdidas, de cansancio y del mar. Y de los labios inalcanzables de alguna muchacha que pasea, siempre, por las playas de nuestra infancia. Y de la soledad. Y del afán de recuperar, de entender, de crecer.



De Durán se ha hablado mucho (y aún se hablará más: está creciendo a ojos vista, no creo que ni él mismo sea consciente de cuánto, ni creo que tenga nadie muy claro qué dirección seguirán sus títulos próximos), pero Auladell es conocido, sobre todo, como ilustrador. Su colaboración en Lanza en astillero resultó deslumbrante, pero la sensibilidad que demuestra en La Torre Blanca, la belleza de su propuesta, la serenidad de su puesta en página... son estimulantes, son sorprendentes. Y son una gran noticia.


Necesitamos más gente como Durán, y más gente como Auladell. Se puede hacer. Se puede contar, se puede narrar. Se puede ser lírico, ofrecer mundos personales. Se puede abrir las ventanas, comunicar.

Se puede soñar.