Falta hace. Retirada momentánea a mejores pastos. O a paisajes más tranquilos. (Marte atardecía esta mañana en la última de El País... Cuántas veces no habremos soñado todos con esa imagen: melancólico crepúsculo marciano.)
Retirada moral, digo. Metafórica, si quieren.
La noticia del día. (De mi día, quiero decir.) Nada más llegar al trabajo, después de curiosear por alguna tienda para ver qué hay editado en digital del señor Mertens... Que el Puto Convenio (al que a partir de ahora, y si se tercia, nos referiremos como P.C.) se ha publicado ya, luego entra en vigor, a todos los efectos, ya.
En la gente, una sensación de derrota... como muy de viejo western, no sé si me sé explicar... (Además, soplaba un viento completamente Leone hoy, a la hora de comer.)
Y los que ayer me reprochaban, y hasta atacaban con acusaciones de manipulador (y manipulado), hoy empiezan a verle las faltas, y las trampas, y hasta las minas antipersona, al P.C.
Así que, para evitar naufragios innecesarios, decido mantener bajo el perfil y volver a mi posición natural de observador. Emboscarme.
Y aquí abajo les dejo mi lectura inmediata: el tercer volumen de Peanuts, calentito aún de su viaje de ultramar. Para distraer la rabia y amueblar con elegancia las próximas horas, no sea que la tentación de lo melancólico (o de la bilis mal digerida) tire de mí más de la cuenta.
(Hablábamos ayer de la belleza de la música de Mertens. También la hay en Peanuts, ¿saben? De otra manera. Con otro compás, y me van a disculpar que use términos que no acabo, en lo musical, de dominar. Pero ahí está... al alcance de la mano, rozando los dedos, a poco que uno se deje atrapar.)
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El día no hubiera sido tan malo. Empezó razonablemente bien. Incluso me ha proporcionado un encuentro casual, en plena calle, con mi amiga B, que me cuenta que se ha descubierto un mechoncito canoso... (¡El horror!)
Y, hablando de encuentros casuales... Anda por Madrid David Caruso, el actor pelirrojo que sabe, como nadie, vestir unas gafas de sol... Un tipo amable, con un punto de timidez y sin sombra de petulancia.
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Tengan cuidado... (Y no lo digo por Caruso, claro...)