En efecto. Quizá porque he vuelto a dormir de pena, o porque ya tocaba, no sé.
Verán, esta mañana ha venido a casa el técnico de la caldera para la revisión anual. Y ha llegado prontito, afortunadamente. Pero cuando he encendido la luz de la cocina... ¡oh, sorpresa! Fundida. (Les aseguro que una hora antes, mientras desayunaba y adecentaba y ordenaba los trastos en ella, funcionaba perfectamente.) Ah, pero soy un tipo de recursos: ¡tenía un fluorescente de repuesto! Me subo a la escalera, pero la cosa no va. Me bajo, compruebo que el interruptor está en encender, vuelvo a subirme, trasteo un rato... y nada.
El hombre ha hecho su revisión en penumbra.
Ah, pero no acaba ahí la cosa... Se marcha, recojo las miasmas, salgo para comprar el pan y otro fluorescente. Regreso, subo para quitar el que yo creía defectuoso y, cuando lo manipulo para retirarlo... ¡se enciende, el cabrón!
Una de esas mañanas en las que las cosas parece que se vuelvan contra tí... ya saben a qué me refiero. Confío en que el resto del día no siga el mismo camino...
Les dejo aquí, para compensar un poco la aridez de una jornada que promete ser de órdago (y no hablo sólo de calor...), y que empezó, eso sí, con la sonrisa que me provocó confirmar que Fraga ha perdido la mayoría absoluta en su feudo, una de esas ocurrencias que hacen de Mike Peters unos de los grandes. (Tengo en casa The ultimate Mother Goose and Grimm, el volumen que conmemora los veinte años de su tira: una permanente celebración del humor más absurdo e irreverente y fresco...)
Un saludo; ya luego les cuento, si acaso...