miércoles, 25 de mayo de 2005

bajo tierra

Se lo contaba hace unas semanas: las cosas que uno ve en el metro... (Por entonces no les hablé de lo que pensaba: algo ocurrió que me quitó las ganas, o no sé...)

Hoy, aquí, en casa, con el borrador de la declaración esparcido por encima de la mesa a la espera de poder contactar con Hacienda y decirles que hombre, ya, pero es que; con un cielo azul que da gusto asomando desde la ventana, con toda la tarde por delante para dedicarme a eso que tendría que estar ya terminado, les cuento.

En metro, yo, leo. Me gusta leer en el vagón. De cuando en cuando levanto la vista, miro al paisanaje. Compruebo por qué estación vamos, no sea que. En el autobús no puedo: me mareo, como los niños chicos. Abajo sí, no tengo problema. Aunque a veces hay demasiada gente y es complicado sostener el libro. O las conversaciones de demasiados decibelios.

O que a veces no tiene uno ganas de nada y el libro se queda en la mochila y total...

Sin embargo, de cuando en cuando he sido testigo de actuaciones, incidentes, performances... llámenlo como quieran. Esa gente que a veces aparece para tocar algo, cantar, pedir la voluntad... ya saben. Por lo general, son ya paisaje, algo habitual que ni siquiera te hace levantar la vista del libro. Hay excepciones: a ellas voy ahora.

Una vez, un grupo de chavalas con trajes de época acomodados como a manotazos sobre el vaquero y la camiseta, interpretó a la carrera y con entusiasmo contagioso un par de breves textos clásicos, en verso: Calderón, Lope, no sé...Dos estaciones seguidas moviéndose por el vagón y declamando con los ojos chispeantes. (¿O era Romeo y Julieta? Demonio, ya no me acuerdo...) Fue un momento casi casi mágico. No sé si recaudaron mucho. Sí recuerdo la cara de pasmo de casi todos los viajeros. (Y la indiferencia irritada de unos cuantos...)

Otra vez, no hace mucho (unos meses), me topé con dos raperos franceses que se marcaron unas rimas allí mismo, en el vagón. Ya saben, bases rítmicas de aires mestizo y los dos tipos imbricando sus versos con gesto arrogante. Nunca había visto nada parecido... y me gustó, la verdad. Lo hacían bien. Y era un cambio con respecto a la media musical subterránea... Un cambio refrescante.

Por último, no quiero dejar de mencionar a un músico con el que coincido de cuando en cuando en determinada línea, un trompetista de mirada lánguida que toca (muy bien) clásicos de jazz. Es un placer escucharle esos pocos minutos que invade el espacio mudo en el que aprendes a encerrarte cuando vas a menudo en metro.



Sociología de trapillo, me dirán.

Ni eso, creo yo... Puro anecdotario. Inofensivo. Ni rastro de épica. Ni de lírica... Pura letra pequeña, de la que se olvida al pasar la página.

También para eso estamos aquí...