Boilet ha firmado algunos de los manga más tiernos y emocionantes que he podido leer. En sus páginas hay chicas bonitas y llenas de vida, hay momentos de calma, hay hermosas vistas desde la ventana del dormitorio. Y hay música de fondo. Y hay gestos naturales, y un olor a habitación usada, a sexo, a flores frescas. Hay historias tristes y hay una alegría difícil de contener, una alegría que rebosa de cada viñeta y enciende el libro y te hace reir como un tonto, esa risa, ya saben: la que te sale de dentro y te deja con la cara llena de lagrimones y un dulce dolor de tripa.
Boilet es francés, ya ven. Como Godard. Y hay en su obra mucho de nouvel vague. Hay gafas de sol (y si no las hay, debería haberlas). Y hay cigarrillos, y calles en blanco y negro. Y amores ilícitos (pero no sé si un amor puede serlo: en las películas, si acaso... en los tebeos). Y mujeres de las que te enamoras sólo con verlas un momento en un café; de su nuca, de sus labios, de la manera que tienen de remover el café.
Y hay, siempre, historias que no acaban, vidas que continúan después de la última página.
En esta ocasión, cuenta con la colaboración literaria de Peeters (una anécdota, diría yo).
Sé que salió hace tiempo, y estarán muchos de ustedes calculando qué comprar de aquí al Saló de Barcelona... pero creo que nadie debería permitirse el lujo de no tener este libro de Ponent Mon. Porque todos los libros de Boilet que he leído son, en sí mismos, un lujo. Y Tokio es mi jardín no es una excepción.
Disfrútenlo.