martes, 12 de julio de 2005
en ruta
Mañana, a estas horas, estaré en Gijón.
Salgo de aquí a eso de las nueve, tempranito. Llegaré allá a la hora de comer, imagino... Y luego, una vez los trastos desparramados por la habitación del hotel, una vez se ha refrescado uno un poco y se ha quitado de encima el cansancio del viaje, a la calle, a pasear, a saludar a la gente, a ver el mar.
Ver el mar y ver a unos cuantos amigos: vacaciones.
Por supuesto, habrá cosas que hacer: alguna presentación, alguna mesa redonda, echar un ojo a la exposición de autores de los setenta (el catálogo está escrito por Lorenzo F. Díaz: garantía de seriedad, por tanto; y de rigor).
Sé que andarán por allí, entre otra mucha gente, Pilar Pedraza y Montse Clavé y Miguel Calatayud. Y cien más.
Pero uno va a ver a los amigos, fundamentalmente.
Y uno va a ver el mar, ¿saben? Volviendo del Molinón ya tarde, cuando está terminando de anochecer, la marea se ha retirado hasta ser apenas una línea de plata allá lejos, en la penumbra, y la gente pasea por la playa desnuda, y viene como una brisa que no cambio por nada...
Les cuento: el lunes próximo estaré ya en Madrid, y le diré cómo ha ido. Mientras tanto, no se me distraigan... (Y que no sea nada, lo del calor; me temo que por allí arriba tampoco nos libraremos, pero todo es menos grave cuando se puede mirar el mar...)