No hace mucho que se amagó por aquí una discusión en torno a esos tebeos resueltos en un estilo naïf, o cartoony, o ingenuo... llámenlo como quieran. Andi Watson, para entendernos. Solís, Ulf K. Dupuy y Berberian. Cabría mucha gente dentro de esa definición. Muchísima.
Pero no es una definición ajustada. Se queda en lo epitelial. En lo secundario.
Sí, claro: casi todos ellos saben quién es Sempé, casi todos han visto animaciones de la UPA, casi todos tienen uno o dos álbumes de Chaland en su casa. (Insisto en el casi... que algunos hay que se limitan a imitar lo inmediato.)
Pero no, la cosa no va por ahí, creo...
Pongamos algunos ejemplos. (Y no al azar: que aún están en la mesa, recién leídos... a la espera de que les encuentre un hueco en mi cada vez más saturada biblioteca...)
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Michel Rabagliati es un canadiense de la cuadra de Drawn & Quarterly, que demuestra en sus trabajos toda una batería de influencias gráficas poco habituales en los autores del otro lado del Atlántico. (En efecto: UPA, Hergé, Sempé, etcétera.)
Sus historietas, de corte autobiográfico, están protagonizadas por un trasunto de sí mismo, Paul, un chaval interesado por el diseño gráfico y el arte comercial, enamorado de los viejos álbumes de Tintin. A través de diferentes entregas (Paul in the country, Paul has a summer job y esta Paul moves out) se nos van narrando sus años de formación, con un detallismo que a veces cae en lo trivial y malogra lo que podrían ser excelentes relatos de iniciación.
Y vamos al meollo de la cosa: lo trivial, de un lado; el estilo gráfico, premeditadamente simple y derivativo de muchas cosas, del otro.
No sé bien quién dijo primero eso de que cada historia necesita un estilo narrativo específico. No estoy del todo de acuerdo en trasladar esa máxima a lo gráfico. Precisamente gente como Watson, Chaland o... Del Barrio (¿por qué no incluirlo aquí?) ha demostrado que estilos aparentemente impropios pueden ser excelentes herramientas para abordar temas delicados, complejos... comprometidos, incluso.
Es cierto, sí, que si uno hojea en las mesas de novedades de los últimos meses puede tener la impresión de que hay un estilo homogéneo ahí fuera, abanderado por Solís y otros. Es, en todo caso, una sensación errónea. Dentro de esta corriente (si así podemos llamarlo) hay muchas variantes, muchas individualidades: son los que destacan, por diferentes motivos y por méritos propios.
Rabagliati, en este trabajo último, viene a demostrar algunas de las virtudes de ese estilo gráfico a la hora de aplicarse a la narración más o menos intimista o costumbrista, pero también se revela demasiado pagado de sí mismo, creo, y pierde de vista las necesidades dramáticas de su historia, alargando el segmento final hasta rozar lo ridículo. (Está claro que el siguiente título de la serie, si lo hay, será algo así como Paul has a child... así de obvias son las últimas planchas.)
Rabagliati puede ser, por qué ponerlo en duda, un buen diseñador, e incluso un historietista razonable. No es un gran dibujante, y se nota. Y la falta de expresividad de sus personajes no puede suplirse, me temo, con minuciosidad detallista.