Eso, aprovechando unas notitas que tomaba antes de irme a la cama (y que, conforme avanzaban los días, fueron siendo más crípticas), les voy contando cómo fue mi Semana Negra este año. Si les parece.
El miércoles 13 salíamos a eso de las nueve de la mañana, después de una noche sofocante de poco sueño y mucho calor. El autocar, de lujo asiático: incluso regalaron chuminaditas (los auriculares para escuchar la película y unos rotuladores), nos dieron de almorzar... En la estación nos esperaba Óscar, un tipo amable que nos acompañó al hotel; hotel chulo, por cierto, con decoración pop y ascensor con voz femenina.
A la hora de comer, el gran Lorenzo Díaz nos acompañó y nos puso al día de lo que había sido hasta ese día la Semana. Después de la sobremesa relajada, un ratito de refresco en el hotel y paseíto hasta el Molinón mirando el mar azul. Asistimos a la presentación del último libro de Elia Barceló, habitual de la Semana Negra y veterana escritora de Ciencia Ficción a la que descubrí, hace ya mucho tiempo, en las páginas de Nueva Dimensión. Al poco, pudimos también presenciar la presentación, mano a mano, de las novelas recientes de Rafael Marín Trechera y Rodolfo Martínez. (El primero se marchó, de vuelta a su tierra, antes de que pudiera saludarlo; otro año será, vecino...)
Esa misma tarde nos encontraremos con Carlos Puerta y conoceré a Fernándes, el portugués de moda en nuestras viñetas (un tipo, por cierto, perfectamente encantador). Andaba por allí, también, Milazzo, con unos pantalones rojos como sólo un italiano atildado puede llevar puestos sin que la Brigada del Gusto lo encierre en el calabozo.
(En un aparte, hojeamos un ejemplar de Salgariana. En secreto: hasta el día siguiente no se regalará y nadie debe verlo antes de tiempo.)
Por la noche se nos une, para cenar, Pedro Espinosa, un tipo afable que no dice cosas buenas de su experiencia con Astiberri. (Falta de pago, falta de atención... Me consta que tampoco Ferry está contento con ellos. ¿Por qué estas cosas no se comentan más, por qué no se hacen públicas?) La camarera, pinturera y mordaz.
Cuando por fin llega la hora de acostarse, desde la ventana de la habitación se ve una noche cristalina, mágica. Caigo como un cesto: muchas horas de trajín.
(Mañana, más.)