El jueves, día 14, amaneció soleado. La mañana fue relajada, de paseos tranquilos y unas sidras bien tiradas. Tras una comida respetable, por la tarde, tuvo lugar la presentación de Salgariana.
Difícil explicar la sensación de vértigo: un buen puñado de dibujantes, escritores, ilustradores, la verborrea de Ángel y Taiboo en el escenario, la avalancha de público con el libro debajo del brazo que se acerca para pedir una dedicatoria, una firma. (Y yo ahí, entre Carlos Puerta y Rubén Pellejero, rodeado de gente... Al principio me tembló el pulso; luego, todo fue dejarse llevar. Una experiencia. Entre nosotros, y ahora que nadie nos escucha: quiero más...)
Estaba con nosotros Marta Cano, que firma unas paginas muy hermosas en el libro. (Buena gente; nos vemos de año en año, siempre en Gijón, y es siempre una alegría el reencuentro.)
Llegó al poco Calatayud, el maestro valenciano. Larga conversación ahí, al lado del Espacio A Quemarropa. El cielo se había cubierto a media tarde, corría una brisa refrescante; no sé si demasiado... Él se fue a cenar con los que habían ya llegado de su exposición (los de los setenta y ochenta, ya saben), nosotros nos quedamos a tomar un bocadillo con gente de la organización: aún quedaba la charla sobre los blogs que se celebró a las doce de la noche.
Jorge Iván Argiz, Hernán Migoya y yo. Cada uno en su estilo: deslenguado y montaraz el segundo, educado el primero, en voz baja el que les habla. Compartimos dudas, experiencias y desconciertos, contamos anécdotas, planteamos posibles retos... Y dejamos claro que es este un universo en el que cada cual se ciñe a sus particulares normas, y en el que lo más importante es, incluso por encima del propio ego (si ello fuera posible), la receptividad del lector y la inmediatez de la comunicación.
Luego ya sí: paseo marítimo arriba hasta el hotel en compañía de Vicente Dolmen y Lorenzo y, de nuevo, noche de sueño profundo. El mar, por cierto, estaba precioso, un fugaz espejear de negrura.