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No, en serio: en Valvoline había siempre un aire como de vanguardia clásica, si se me permite la paradoja. Tzara y Marinetti, ya saben, el Cabaret Voltaire, la velocidad, la inspiración demoledora, el ruidismo, incendiar los museos... Las páginas de Igort y de Carpinteri, algo hemos hablado más abajo...
Mattotti abandonó, en el seno de Valvoline, un expresionismo de corte social, minucioso y dúctil, por la burbujeante ruptura del color y la geometría. Fue en las páginas de este libro que Sinsentido pondrá en breve en las tiendas, un álbum lleno de juventud, de inquietudes y de tanteos, de invenciones, de jardines de papel.
Después vendría el fauvismo terrible de Fuegos, el terciopelo críptico de Murmure y de Labyrinthes, el retorno a la línea pura y sonámbula... Después vendría el Mattotti que conocemos todos. Pero este libro fue (debió ser) para él como abrir la ventana y ver que el cielo es azul, que las nubes, a veces, pareciera que arden...