
Ajá.
Hablaba el otro día de majaderías, e inevitablemente debo señalarme a mí mismo. En algún momento, para alguna cabecera que ni recuerdo ahora (¿
Urich,
U,
Krazy...?), escribí un texto sobre
Omaha, the cat dancer en el que pasaba de puntillas sobre su condición de culebrón y tiraba de
Henry Miller para centrarme más de lo necesario en su condición de tebeo erótico. Una majadería, ya les digo, que me ha venido a la cabeza mientras leía el
Pascin que acaba de editar
Ponent Mon en un libro impecable.
Porque si la obra de
Miller no tiene absolutamente nada que ver con las peripecias de la gatita
stripper que alegrara los cuartos de baño de los frikis hace un par de décadas (o quizá unos años menos, que mi memoria va y viene... bueno, más bien va que viene...), por estética y por pretensiones, por intención, por público y por resultado, por fondo y por forma, sí tiene que ver, y mucho, con este trabajo disperso y lleno de vida de
Sfar.
Pascin es, en palabras del propio
Joann Sfar, una suerte de biografía imaginaria de
Julius Mordecai Pincus, pintor de origen búlgaro (y judío) que vivió el París bohemio de lo años veinte y treinta del pasado siglo. El mismo París que vivió
Henry Miller y vio la publicación de su
Trópico de Cancer. El mismo París que fue una fiesta, el de la vanguardia artística y el hambre atroz, el de las buhardillas sucias y los cielos surrealistas. Y en las páginas de
Pascin se habla de las mismas cosas que en las firmadas por el voraz
Miller: sexo, mujeres y creación artística; comida, vino y arte (pintura en el libro de
Sfar, literatura en la obra de
Henry Miller); vida, en suma.
Trópico de Cáncer (como todos los libros de su autor) tiene una carga autobiográfica que va más allá de la mera pose (pose que no falta, eso sí: forma parte del personaje), y
Pascin también es una reflexión que va más allá del juego apócrifo y hace del libro una de las obras más personales y reveladoras de su autor.
Pascin es un trabajo que apareció, por entregas, en la revista
Lapin, editada por L'association. Un trabajo irregular que participa como pocos del amor de
Sfar por la improvisación. Cada entrega fue un experimento, en cada una se jugaba con un estilo gráfico, se cuajaba más o menos el dibujo, se jugaba en mayor o menor medida al documentalismo o al sensacionalismo.

En
Pascin, cada capítulo es independiente de los demás. El tiempo, la presentación cronológica de la supuesta biografía, se vulnera sistemáticamente en aras de una libertad dramática que favorece la sensación de precariedad de la que la propia vida del personaje principal participa.
La fuerza del relato se cimenta en la caracterización de los diferentes personajes (en especial los femeninos, creo) y en la crudeza con que la peripecia toma forma, una crudeza que sacrifica la coherencia dramática en aras de una espontaneidad no exenta de poesía. Una poesía agria, sí. Una poesía vitalista e inmediata, hecha de sudor y de perfume barato, hecha de piel húmeda y de labios agrietados, hecha de paredes desnudas y ventanas rotas. Una poesía de lo humano, de lo mínimo, de lo lúbrico y de lo vivo.

Para mí, descubrir a
Henry Miller fue un asombro permanente. En las traducciones de
Carlos Manzano (cito de memoria, pero creo que no me equivoco), devoré sus
Trópicos en la misma época que descubría a
Lovecraft, a
Lem y a
D.H.Lawrence.
Leer ahora
Pascin no ha supuesto descubrir a
Sfar, claro: todos sus trabajos participan, de una u otra forma, de una misma propuesta, y son ya varios los que he ido disfrutando, ustedes lo saben bien. Pero
Pascin descubre un estrato más profundo, una mirada más serena. Hay en estas páginas un algo más que las convierte, quizá, en su mejor obra. En la más arriesgada. En la más satisfactoria, también. Leerlo sí ha supuesto recuperar ese asombro con que descubrí la prosa torrencial de
Henry Miller.
No les aburro más. La edición de Ponent Mon es impecable. Búsquenla en sus librerías.
(Por aquí les dejo, dispersas, algunas imágenes: cuadros del verdadero Pascin, una fotografía suya, la cubierta del libro, alguna página interior. Pistas.)