domingo, 16 de julio de 2006

películas


Ya les dije: vi ayer aquí, en casita, El castillo ambulante. Y disfruté mucho.

Miyazaki Hayao. Muchos de ustedes habrán visto alguna de sus películas, o se habrá encontrado con alguno de sus trabajos para televisión, de Heidi a un Sherlock Holmes steampunk protagonizado por animales antropomorfos.

Sería superfluo contarles que mi preferida es, todavía, Totoro, que transmite una magia muy especial. Como sería superfluo explicarles que las primeras películas que vi suyas eran copias de segunda o tercera generación y en sistema NTSC, en japonés a pelo. (Qué tiempos...)



El castillo ambulante adapta una novela de Diana Wynne Jones, escritora británica especialista en fantasías juveniles de tonos oscuros, y practica esa técnica narrativa que yo llamaría "de inmersión", y que consiste en sumergir al espectador en un mundo cerrado y coherente sin explicarle nada, confiando en que el devenir de la historia le mantenga pegado a la butaca y que sean los personajes y su peripecia los que le proporcionen la brújula para no perderse. Así, en los primeros minutos asistimos a desfiles militares en una ciudad europea anónima, comprobamos que probablemente la acción tiene lugar hacia finales del siglo XIX, contemplamos con sorpresa que hay máquinas voladoras de extraño diseño, amenazadoras y pesadas, conocemos a la protagonista, que a su vez conoce a un extraño mago con quien sobrevuela las calles de la ciudad para eludir la persecución de unas sombras misteriosas. Y vemos el castillo del título, una sorprendente máquina que parece funcionar con vapor y que se desplaza sobre cuatro patas mecánicas por los valles que rodean la ciudad. Todo, presentado ante el espectador con una fluidez hipnótica que lo atrapa y lo hechiza y no le deja ya parpadear durante el resto del metraje.




Sí es cierto que Miyazaki parece haber dejado a un lado la complejidad de títulos anteriores, dejándose llevar por el puro placer de construir una historia sin demasiadas implicaciones, una aventura en la que no falta la melancolía, desde luego, pero que busca una ligereza premeditada, el placer de fabular. No me parece mala opción. Ni me parece, por cierto, que falte ninguna de las constantes temáticas y poéticas que tanto peso tienen en su filmografía: el vuelo, la pérdida, la preocupación por la influencia destructora del hombre en el entorno, el protagonista que crece (literal o metafóricamente) a lo largo de la historia... Que esta vez la mirada quiera ser más liviana, ya digo, no me parece mal.

En cualquier caso, no les cuento más. La película me gustó mucho. La tienen por ahí, en DVD. No lo duden...



(En otro orden de cosas, he estado viendo también Erik el vikingo, de Terry Jones. Hoy mismo. Hace un ratito. Un trabajo sorprendente, tremendamente creativo en lo visual, muy fresco y lleno de ironía. Con un Tim Robbins hilarante e histriónico y con un magnífico John Cleese... pero él está siempre magnífico.)

3 comentarios:

FHNavarro dijo...

Efectivamente, John Cleese, siempre está de sobresaliente para arriba... yo hace algunos añitos que vi esta película,
y siempre recordaré una de sus coñas más tontas y simples..."Ahora me ves, ahora no me vez"

La de Miyazaki me la compré de importación unos meses antes de que se estrenara en nuestros cines, y me parece que
la animación es impresionante, pero poco más. Me dejó muy frio - tiene unos momentos ñoños que me parecieron insoportables...

Un saludo.

El autogiro dijo...

Sólo quiero apuntar una coincidencia en los gustos: de todo lo que he visto de Miyazaki, me quedo con Totoro. Aparte de sus momentos de ternura, y de los muchos que te hacen reír, ese mundito repleto de dioses de todas clases se me hace muy sano visto desde éste nuestro de divinidades únicas y atronadoras.

fcnaranjo dijo...

Me alegra la coincidencia, señor López Cruces. Para mí es un gusto...

(Y sí, Cachalote: Cleese está siempre enorme. Y el gag del "trapo de cocina de invisibilidad" es un hallazgo.)