He soñado que hacía sol, que las calles estaban abrasadas de calor y el aire sabía a ceniza y metal.
He despertado con sobresalto, pero por fortuna el resplandor de primera hora de la mañana iluminaba un suave paisaje nevado al otro lado de la ventana. Aceras blandas y coches embozados en gris y blanco. Nubes cristalinas de aliento condensado. Olor a tierra mojada, a madrugada limpia.
No les dije ayer: tengo en reserva, para cuando termine con el libro de Gaiman, otro Rodrigo Fresán: La velocidad de las cosas. Creo que me gustará... (Ando a la caza, además, de un par de títulos de Eloy Tizón... Tengo buen pálpito al respecto. Ya les contaré.)
Al salir a la calle para comprar el diario he mirado el buzón: ayer ni tuve tiempo, con los retrasos intolerables en el suburbano. (Hoy, si tengo tiempo, investigaré si hay manera de acercarme a casa en tren. Aunque me deje a un par de paradas de metro... Cada vez se deteriora más la red subterránea, no sé si debido a la nieve que se funde e inunda los túneles o por pura dejadez administrativa... aunque sospecho que va más por la segunda opción.) He descubierto una extraña floración dentro, una sombra escarlata de esporas suaves y minúsculos tallos correosos. Me he acordado de la carta marciana. Me he acordado de Wells y su novela, de Londres a merced de la hierba roja.
2 comentarios:
Pues a propósito del post, le recomiendo leer una de mis favoritas: LA HIERBA ROJA de Boris Vian. Ya me dirá.
Saludos
Ah, Boris Vian. Una de mis viejas fijaciones.
La leí hace tiempo y me gustó, como todo lo que leí de Vian... Aunque recuerdo con especial cariño El otoño en Pekín...
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